Al lado del camino, rozando a su víctima, yace muda la armazón de hierro.
2 Su cuerpo ambulante, colmado de las víboras del sueño, maldito por las bifurcaciones del terreno, parece que espera un momento del día para transformar su universo.
3 Sus garras relucen cuando el labrador atiende sus demandas, y presto, arranca un latido del corazón del buey y el punzón se introduce con orgullo en la virginidad del campo.
4 En el camino encontrará heridas y muerte.
5 Cuando el labrador recita versos en el surco, el sudor cae sobre el metal; se encuentran los mundos y la humanidad florece.
6 Ah, jornalero, debiste consagrar tus metas para producir buena cosecha; consumiste tus años afilando el metal y buscando una semana pródiga.
7 Deberías sentarte frente a la quebrada y mirar cómo la vida se va sin avisar. Así buscarás el sustento de manera fiable.
8 Y tú, cuando abres el surco, la tierra gime; debiste avisar cuando se acerca la estación de adviento.
9 Ya está presto el arado para desgarrar mis lomos. Pasó el tiempo de lluvia y el invierno llega.
10 Así, contando los amaneceres y los jadeos de la bestia, toda retribución será bienvenida en la parquedad del mundo, los cantos del jornalero y la intolerable soledad del paisaje.